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lunes, 4 de octubre de 2010

POEMAS DE JAIME SILES





Jaime Siles (Valencia, 1951). Doctor en Filología Clásica por la Universidad de Salamanca. Becado por la Fundación Juan March, amplió estudios en la Universidad de Tübingen bajo la dirección de Antonio Tovar. Posteriormente trabajó como investigador contratado en el Departamento de Lingüística de la Universidad de Colonia. De 1976 a 1980 fue profesor de Filología Latina en la Universidad de Salamanca; de 1980 a 1982, por oposición, en la de Alcalá de Henares. En 1983 obtuvo la cátedra de Filología Latina de la Universidad de la Laguna (Tenerife). Este mismo año fue nombrado Director del Instituto Español de Cultura en Viena y Agregado Cultural en la Embajada de España en Austria. Catedrático Honorario de la Universidad de Viena (1984-1986), ha impartido clases también en las universidades de Graz, Salzburg, Madison-Wiscosin, Bérgamo, Berna y St. Gallen. Actualmente es Catedrático de Filología Latina de la Universidad de Valencia. En 1973 obtuvo el Premio Ocnos; en 1983, el Premio de la Crítica; y, en 1989, el Premio Internacional Loewe de Poesía. Ganó la primera edición del Premio Generación del 27. Ha publicado los siguientes libros de poesía: Génesis de la luz (Málaga, El Guadalhorce, 1969); Biografía Sola (Málaga, El Guadalhorce, 1971); Canon (Barcelona, Llibres de Sinera, Ocnos, 1973); Alegoría (Barcelona, Ámbito Literario, 1977); Poesía 1969-1980 (Madrid, Visor, 1983); Música de Agua (Madrid, Visor, 1983); Poemas al revés (Madrid, Ediciones El Tapir, 1987); Columnae (Madrid, Visor, 1987); Obra poética 1969- 1989. La Realidad y el Lenguaje. (Prólogo de Ramón Irigoyen, Aula de Poesía Latinoamericana de la Biblioteca "Casa de la Entrevista", Alcalá de Henares, 1989); Semáforos, Semáforos (Madrid, Visor, 1990); Himnos tardíos (Madrid, Visor, 1990); El Gliptodonte y otras canciones para niños malos (Madrid, Austral Juvenil, Espasa-Calpe, 1990); Poesía 1969-1990 (Madrid, Visor, 1992).


 TRAGEDIA DE LOS CABALLOS LOCOS


A Marc Granell




Dentro de los oídos,
ametralladamente,
escucho los tendidos galopes de caballos,
de almifores perdidos
en la noche.
Levantan polvo y viento,
al galopear el suelo
sus patas encendidas,
al herir el aire
sus crines despeinadas,
al tender como sábanas
sus alientos de fuego.
Lejanos, muy lejanos,
ni la muerte los cubre,
desesperan de furia
hundiéndose en el mar
y atravesándolo como delfines vulnerados de tristeza.
Van manchados de espuma
con sudores de sal enamorada,
ganando las distancias
y llegan a otra playa
y al punto ya la dejan,
luego de revolcarse, gimientes,
después de desnudarse las espumas
y vestirse con arena.
De pronto se destienen. Otra pasión los cerca.
el paso es sosegado
y no obstante inquieto,
los ojos coruscantes, previniendo emboscadas.
El líquido sudor que los cubría
se ha vuelto de repente escarcha gélida.
Arpegian sus cascos al frenar
el suelo que a su pie se desintegra.
Ahora han encontrado de siempre, sí, esperándoles
las yeguas que los miran.
Ya no existe más furia, ni llama que el amor, la dicha de la
sangre,
las burbujas amorosas que resoplan
al tiempo que montan a la s hembras.
Y es entonces el trepidar de pífanos, el ruido de cornamusas,
el musical estrépito
que anuncia de la muerte la llegada.
Todos callan. Los dientes se golpean quedándose
soldados.
Oscurece. La muerte los empaña, ellos se entregan
y súbito, como en una caracola fenecida, en los oídos escucho
un desplomarse patas rabiosas, una nube de polvo levantado
por crines,
un cataclismo de huesos que la noche se encarga
de enviar hacia el olvido.

 ACIS Y GALATEA




Ese cuerpo labrado como plata,
ese oro, esa túnica, esa piel,
ese color que tiñe la escarlata
corola del pistilo de un clavel;


ese cielo de cárdenos espacios,
esa carne que tiembla en el vaivén
de las rodillas y de los topacios
nos dicen que este cuadro es de Poussin.


El resplandor del sol en los minutos
del gris del agua sobre el gouache del gres,
el césped de corales diminutos
que puntean las puntas de sus pies;


el placer de los vicios absolutos,
el maquillado estambre, el cascabel
de sus tacones, los ojos resolutos
disueltos en vidrieras de bisel;


las dunas de su cuerpo y esas manos
que la luz difumina en el papel
de este poema dicen que eran vanos
ese oro, esa túnica, esa piel.


La chica que los mira aquí a mi lado
es más real que el lienzo y que el pincel:
hace un gesto de geisha emocionado,
más certero, más cierto, más rimado
de rimmel que la estrofa del clavel.


El cuadro del museo que miramos
no está en la sala, ni en el Louvre, ni en
la Tate Gallery, el Ermitage o Samos,
y no es -ni por asomo- de Poussin.


El cuadro del museo que miramos,
Acis y Galatea, ella y él,
somos nosotros mismos mientras vamos
-ojo, labio, boca, lengua, mano-
sobre la carne del amor humano
ensortijando flores, cuerpos, ramos
de un verano mejor que el del pincel.

 BIOGRAFÍA


Mi ayer son algas de pasión,
luces de espuma.
Y una arena insaciable que devora
los cuerpos submarinos.
Un cielo blando donde beben
las palomas sin rumbo del estío.






CONVENTO DE LAS DUEÑAS

A Federico Ordiñana




El oscuro silencio tallado sobre el tacto
golpea sin tocar la luz de esta materia,
de esta altura perdida persiguiendo
la eternidad donada a sus figuras.


Un sosiego perenne asciende hasta la música.
difumina los ecos sonoros del espacio
y pulsa, impele, domeña, geometriza
la mágica sorpresa del aire en surtidores.


Infiel al arbotante, a la jamba convexa,
al ritmo que la mano con claridad impone,
deja un aliento verde para llegar al sueño,
al éxtasis que crece desde la piedra en fuga.


Y queda un resplandor, una callada imagen,
un fragmento de tiempo que impreciso se ahonda
y nunca más se ha sido: se está siendo
porque en su dimensión la forma dura.




DAIMON ATOPON

A Marifé y Pepe Piera


I



Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire, metálico del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o en las olas sin voz de los peces de plata.


Te ocultas en los ríos,
en las hojas de piedra,
en las lunas heladas.
Vives tras de las venas,
al borde de los dientes,
invisible en la sangre, desnuda, de la aurora.


Te he visto muchas veces arder en los cristales,
saltar en las pupilas,
consumirte en los ecos de un abismo innombrable.


Tu sombra me dio luz,
acarició mi frente,
se hizo cuerpo en mi boca.
Y tu mirada quema, relámpago de hielo,
humo en las cejas,
lava.

 II



Árbol de olvido, tú,
cuerpo incesante,
paloma suspendida sobre el vértigo.
Hay una sal azul tras de tus cejas,
un mar de abierto fuego en tus mejillas
y un tic-tac indecible que me lleva
hasta un profundo dios hecho de espuma.


Y es otear el aire,
arañar el misterio,
acuchillar la sombra.


Y te voy descubriendo,
metálica mujer, entre el espino:
un murmullo de sangre transparente
en el rostro perdido del silencio.


III



Por ti la luz asciende a mediodía,
arena prolongada hasta mis labios,
hilo de tierra ardiente y presurosa
donde el espacio brota mas intenso.


Es un géiser de espuma,
de interrumpida lava,
de paloma incompleta
que multiplica el aire en dimensión de voces.


Todo es música, nota, diapasón.
Hasta los cuerpos, en la nada, suenan.





EL CORAZÓN DEL AGUA



Remos, mareas, olas.
Un murmullo impreciso perpetúa
la oculta faz del imposible aliento.


Una gota de sal disuelta llama
sobre un pecho pretérito
buscándote.


Un párpado de luces diminutas
donde tus dedos tocan el azogue.


Un latido oxidado que penetra
y lame y teje y corta claridades.
Sólo existir perdido
donde el agua
multiplica su rostro en otras ondas.

 HIMNO A VENUS



Amor bajo las jarcias de un velero,
amor en los jardines luminosos,
amor en los andenes peligrosos
y amor en los crepúsculos de enero.


Amor a treinta grados bajo cero,
amor en terciopelos procelosos,
amor en los expresos presurosos
y amor en los océanos de acero.


Amor en las cenizas de la noche,
amor en un combate de carmines,
amor en los asientos de algún coche,


amor en las butacas de los cines.
Amor, en las hebillas de tu broche,
gimen gemas de jades y jazmines.





INTERIORES




I

En el tacto interior de esas gaviotas
hay un eco de sombras que conduce
a una intemperie toda de cristal.


Lo que el aire levanta es su presencia
que, en un compás de luces, se diluye
hacia una abierta y sola identidad.


¡Qué profundo interior éste del aire,
cuyas formas modulan su no ser!




II

¿Qué puede al hombre cautivar, sino la música
que en la quietud la arena en sí eterniza
y las olas tan sólo que a lo lejos
una a una, en su olvido, repite sin cesar?


Como su cuerpo son, también, de sombra
y entre su voz la sal es lo que dura
y ese rumor del eco en transparencia
de quien no sabe de otra eternidad.


¿Puede la música ser algo más que sombras
hechas a medida de una idea,
talladas en cristal por el que olvida
que hace surgir un dios de entre sus notas?


¿O lo que aquí llamamos música pudiera
muy bien llamarse el ala de una duda
y el paraíso firme que sostienen
interiores columnas de temblor?




MAYO DEL 68


La falda resbalaba
por el fucsia frambuesa
de sus medias. La lava,
por su tez de tigresa.


Nevaba, sí, nevaba
una canción francesa.
Por su boca marchaba
la armada japonesa.


Era París en mayo
Boticelli: la diosa
que surgía del tallo.


Cimabué. Cimarosa.
Libertad: aquel rayo
de pestaña furiosa.

 METAMORFOSIS



Indivisible voz
de indivisibles gotas
el fuego llega a ti
en voz de agua.
Mármoles, musgos, líquenes
que fueron
tu memoria de entonces
en el agua.


Bajo formas de fuego
que son luz
las figuras del fuego
que son agua.

 MÚSICA DEL AGUA



El espacio
-debajo del espacio-
es la forma del agua
en Chantilly.


No tú, ni tu memoria.
Sólo el nombre
que tu lenguaje escribe
en tu silencio:


un idioma de agua
más allá de los signos.




NATURALEZA


A José M. Guelbenzu


Y si, de pronto, tú, naturaleza,
entre pliegues de piedra me mirases
y no pudiera ser yo, sino tu.música
en los mismos instantes que dura una verdad;
una verdad que pasa por un cuerpo
abriéndole a los ojos todas sus superficies
para dejar de ser lo sido cada día,
para dejar de ser una verdad,
qué transparencia en la quietud del fondo.




PARÁBOLA DE ESTE MISMO LUGAR



El que camina y va
y el que regresa


El que está en un lugar
y el que ha venido


El que está inmóvil
y aquel que no ha tornado


El que sólo es el tiempo
de un espacio distinto


El que nunca es el tiempo
ni tampoco el lugar


El que es y no es
el que será y ha sido


El que era agua
y ahora es sólo aire


El que era tierra
y ahora es sólo agua


El que era aire
y ahora es sólo tierra


Informan la materia
de este mismo lugar


donde el que es ya era
y el que será ya ha sido


porque son la materia
de este mismo lugar.

 RITORNELLO


Nada hay en mí, sino esos horizontes
que alguien dormido contempla desde un mar:
desde otro mar, que acaso ya no existe.




SILENCIO

Equilibrio de luz
en el sosiego.
Mínima tromba.
Ensoñación. quietud.
Todo:
un espacio sin voz
hacia lo hondo oculto.




SIN


Sin signos.
Sin idioma.
Sin final.
Tal cual a ti
en ti
nada te cambia.
Lo anterior a tu voz,
eso es el mundo.




VARIACIÓN BARROCA SOBRE UN TEMA DE LUCRECIO




I


En una noche nos hacemos viejos
y, al despertar al mundo, la mañana
en la luz del cristal de la ventana
nos clava, como insultos, sus reflejos.


Los ojos en el agua son espejos
de la memoria llena de gris grana
y la palabra, para siempre cana,
nos deja sus acentos circunflejos.


En el lavabo de las horas lavo
el hollín de los días. Las semanas
dejan cal en el cuerpo; ladeada,
la sombra de los años; ignorada,
la inteligencia de las cosas vanas:
el grifo, el jabón, este lavabo.



II


El grifo, el jabón, este lavabo
adelantan la ciencia soberana
del existir: mirar por la ventana,
ver cuántas cosas cada día lavo.


Un resplandor de rayas, rojos lagos,
una copa, un libro, una mañana
de otro rostro mirando en la ventana
el mismo gris de sus contornos vagos


me hacen saber que acentos circunflejos,
auroras grises de los días, granas
sombras inmovilizan los espejos;
que somos el rumor de los reflejos
de las horas, los días, las semanas
y que una noche nos hacemos viejos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

POEMAS DE PERE GIMFERRER



Poeta, traductor y crítico literario español en lengua castellana y catalana, nació el 22 de junio de 1945. Estudió Derecho y Filosofía y Letras en la Universidad en Barcelona. Como poeta, su primer libro fue Mensaje del Tetrarca, publicado en 1963, que le siguieron otros con notable éxito. Todo ello le valió el reconocimiento unánime como uno de los poetas más originales nacidos después de la guerra civil española. Su primer libro en catalán se publicó en 1970 con Els miralls, que le siguieron otros en el mismo idioma, en los que explora las tenues fronteras entre diversas realidades. A partir de ese año toda su producción literaria se hará en catalán. Como prosista, es autor de Dietari, en dos décadas de artículos recopilados en el periódico “El Correo Catalán”, donde hace una introspección de la sociedad y los intelectuales de su tiempo. Entre otros galardones, recibió el Premio Nacional de las Letras en 1998, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en el 2000, el Premio Ramón Llull y el de la Crítica, el Premio de Ensayo Octavio Paz en el 2006 y el Premio Terenci Moix en el 2008. En 1985 fue elegido miembro de la Real Academia Española.



ELEGÍA

Morir serenamente como nunca he vivido
y ver pasar los coches como en una pantalla
y las canciones lentas de Nat King Cole
un saxofón un piano los atardeceres en las terrazas bajo los
parasoles
esta vida que nunca llegué a interpretar
el viento en los pasillos las ventanas abiertas todo es blanco
como en una clínica
todo disuelto como una cápsula de cianuro en la oscuridad
Se proyectan diapositivas con mi historia
entre el pesado olor del cloroformo
Bajo la niebla del quirófano extrañas aves de colores anidan

 EL ARPA EN LA CUEVA


Ardía el bosque silenciosamente.
Las nubes del otoño proseguían
su cacería al fondo de los cielos.
posesión. Ya no oís la voz del cuco.
¿Qué ojo de dragón, qué fuego esférico,
qué tela roja, tafetán de brujas,
vela mis ojos? Llovió, y en la hierba
queda una huella. Mas he aquí que arde
nítido y muy lejano el bosque en torno,
un edificio, una pavesa sola,
una lanza hasta el último horizonte,
cual tirada a cordel. Nubes. El viento
no murmura palabras al oído
ni repite otra historia que ésta: ved
el castillo y los muros de la noche,
el zaguán, el reloj, péndulo insomne,
los cayados, las hachas, las segures;
ofertas a la sombra, todo cuanto
abandonan los muertos, el tapiz
dormido de hojas secas que pisamos
entrando a guarecemos. Pues llovía
-se quejaban las hojas- y el cristal
empañado mostró luego el incendio
como impostura. ¿Llegarán las lenguas
y la ira del fuego, quemarán
desde la base el muerto maderamen,
abrirán campo raso donde hubo
cerco de aire y silencio? No es inútil
hablar ahora del piano, los visillos,
las jarras de melaza, el bodegón,
los soldados de plomo entre serrín,
las llaves de la cómoda, tan grandes,
como en el tiempo antiguo. No es inútil.
Pero qué cielo éste del otoño.
La abubilla que habla a los espíritus,
la urraca, el búho, la corneja augur,
el gavilán, huyeron" Ni una sombra
se interpone entre el lento crepitar
y el cielo en agonía. Abrid un templo
para este misterio. Sangre cálida
dejó tu pecho suave entre mis manos,
amada mía: un goterón de púrpura
muy tembloroso y dulce. Como yesca
llameó la paloma sin quejarse.
La muerte va vestida de dorado,
dos serpientes por ojos. Qué silencio.
Tarda el fuego en llegar al pabellón
y hay que ir retirándose. Ni un beso
de despedida. Quedó sólo un guante
o un antifaz vacío. Cruces, cruces
para ahuyentar los lobos!
Un guerrero
trae la armadura agujereada a tiros.
En sus cuencas vacías hay abejas.
Lagartos en sus ingles. Las hormigas,
ah, las hormigas besan por su boca.
Espadas de la luz, rayos de luna
sobre mi frente pálida! Un instante
velando sorprendí a vuestro reflejo
la danza de Silvano. Ágiles pies,
muslos de plata piafante. El agua
lavó esta huella de metal fundido.
Y un resplandor se acerca. Así ha callado
el naranjo en la huerta, y el murmullo
de su brisa no envía el hondo mar.
Vivir es fácil. Qué invasión, de pronto,
qué caballos y aves. Tras las nubes
otras nubes acechan. Descargad
este fardo de lluvia. ¡Un solo golpe,
como talando un árbol de raíz!
Se agradece la lluvia desde el porche
cuando anochece y ya los fuegos fatuos
gimen y corretean tras las tapias,
como buscándonos. Recuerdo que encendías
un cigarrillo antes de irte. Luego
el rumor de tus pasos en la grava,
sobre las hojas secas. Nieve, nieve,
quema mi rostro, si es que has de venir!
Se agradece la lluvia en esta noche
del otoño tardío. Canta el cuco
entre las ramas verdes. Un incendio,
un resplandor el bosque nos reserva
a los que aún dormimos bajo alero
y tejas, guarecidos de la vida
por uralita o barro, como si
no estuvieran entrando ya los duendes
con un chirrido frágil
por esta chimenea enmohecida.




INVIERNO


Precisa cual la escarcha, noche estricta,
Árboles: alegorías del camino.
La luz, cuajada, este silencio dicta.
Mi ser todo renuncia a su destino.

 LA MUERTE EN BEVERLY HILLS


V


En las cabinas telefónicas
hay misteriosas inscripciones dibujadas con lápiz de labios.
Son las últimas palabras de las dulces muchachas rubias
que con el escote ensangrentado se refugian allí para morir.
Última noche bajo el pálido neón, último día bajo el sol alucinante,
calles recién regadas con magnolias, faros amarillentos de
los coches patrulla en el amanecer.
Te esperaré a la una y media, cuando salgas del cine -y a
esta hora está muerta en el Depósito aquélla cuyo
cuerpo era un ramo de orquídeas.
Herida en los tiroteos nocturnos, acorralada en las esquinas
por los reflectores, abofeteada en los night-clubs,
mi verdadero y dulce amor llora en mis brazos.
Una última claridad, la más delgada y nítida,
parece deslizarse de los locales cerrados:
esta luz que detiene a los transeúntes
y les habla suavemente de su infancia.
Músicas de otro tiempo, canción al compás de cuyas viejas
notas conocimos una noche a Ava Gardner,
muchacha envuelta en un impermeable claro que besamos
una vez en el ascensor, a oscuras entre dos pisos, y
tenía los ojos muy azules, y hablaba siempre en voz
muy baja- se llamaba Nelly.
Cierra los ojos y escucha el canto de las sirenas en la noche
plateada de anuncios luminosos.
La noche tiene cálidas avenidas azules.
Sombras abrazan sombras en piscinas y bares.
En el oscuro cielo combatían los astros
cuando murió de amor,
y era como si oliera muy despacio un perfume.


MADRIGAL


Amor, con el poder terrible de una rosa
tu piel tensa me ha saqueado los ojos, y es demasiado claro
este color de velas en un mar liso. ¡Dulzura,
la tan cruel dulzura violeta
que las nalgas defienden, como el nido de la luz!
Porque una rosa
tiene el poder de la seda: tacto mortal, estíos
agotadores, con el grueso de un tejido rasgándose,
la claridad estrellada en las cornisas
y el cielo, ventana allá, con negrura de desagüe.
Por la noche, el hombre
de anteojos ahumados, en la cocina de gas,
acaricia los enseres de Auschwitz, las tenazas alquímicas,
las ampollas de cal. Amor, el hombre de guantes oscuros
no arrasará el color de valva de un vientre,
el regusto de ginebra y aceitunas de la piel;
no arrasará la luz de una rosa inmortal
que la simiente deshoja con pico tierno.
Y ahora veo a la garza
real, cruzándose de alas en la habitación,
la garza que, con la luz que capitula,
es plumaje y calor, y es como el cielo:
sólo claridad marina
y después un recuerdo de haber vivido contigo.




UNIDAD


A María José y Octavio Paz


Dictado por el ocaso,
por el aire oscuro, se abre el círculo
y lo habitamos: transiciones, espacio
intermedio. No el lugar
de la revelación, sino el lugar
del reencuentro. La espada
que divide la luz.
Del ojo a la mirada,
la claridad eterna, el país de los sonidos,
la campana que encierra la visión terrestre
como el ojo inexorable de la forma floral
fija el fuego de un carbunclo. Este ojo
¿ve a mi ojo? Es un espejo de flamas
el ojo que ahora me ve. Con sonido de poleas,
los ejes de la noche. Desarbolada,
naufraga la oscuridad y, a tientas,
el sol conoce a la noche.

 DIDO Y ENEAS



I


Esta bien y es una norma: fuera del paraíso,
recordando, no a Eliot, sino una traducción de Eliot,
(nuestra vida como los pocos versos que quedan de T. E. Hulme)
las naves que conducen a los guerreros difuntos,
(qué dios, qué héroe bajo los cielos recibirá esta carga),
la madera clafateada, el chapaleo las oscuras olas,
avanzando, no hacia un reino ignorado, no hacia el recuerdo o la infancia,
sino más bien hacia lo conocido. Así vuelve de pronto Milán,
una noche, a los dieciséis años: luz en la luz, relámpago,
rosa y cruz de la aurora (los tranvías, disueltos en el crepúsculo,
de oro, de oro y en mi pecho qué frágiles)
Dido y Eneas, sólo una máscara de nieve,
un vaciado en yeso tras el maquillaje escarlata,
como danzarina etrusca,
cálido fox,
oscuro petirrojo,
la imperial de los ómnibus de Nueva Orleans está pintada de amarillo
y hay que bailar con un alfiler de oro en la mejilla
(como cuando se rezan oraciones para conjurar al Ruiseñor
y la Rosa o al milano en la tarde)




Amor mío, amor mío, dulce espada,
las llamas invadieron las torres de Cartago y sus jardines,
qué concierto en la nieve para piano
qué concierto en la nieve.




II


Y aún nos es posible cierta aspiración al equilibrio,
la pureza de líneas, el trazado de un diseño,
el olvido de la retórica de lo explícito por la retórica de las alusiones,
los recursos del arte (la piedra presiente la forma),
el recuerdo de una tarde de amor o un rezo en la capilla del colegio,
la vidriera teñía los rostros de un esplendor violeta,
naufragaban en la claridad submarina las hebillas de oro de los caballeros,
todo en escorzo, la luz amarilla chorreando en las botas y los cintos,
las cabezas extáticas, vueltas al cielo raso, porcelana de la tarde,
la quilla, los velámenes,
(qué costas y escolleras),
las islas, timonel,
en el viento nos llegan los cabellos de una sirena, las arenas doradas,
historias de hombres ahogados en el mar.


¿Qué costas? ¿Qué legiones?




ART POÈTICA


Alguna cosa més el do de síntesi:
veure en la llum el trànsit de la llum




SEGONA VISIÓ DE MARÇ


I


La gent, als barris més obscurs,
amb els fanals i el sutge ¬els nois que a la nit escuren xemeneies amb mans tèbies
i als murs llatzerats de l'hospici dibuixen inscripcions paleolítiques ¬un isard, una serp, la mort d'una euga¬
i sota els fanals es besen i moren a punta de navalla amb claqué
i en espesseir-se la boira amara els seus barrets de copa ¬tot oli i fum a les cases aquelles del port
on vénen a parar els blancs escots, la sang dels envelats, els llits de matrimoni,
l1acordió dels bals-musette, ja una mica marcida la mestressa, rossa molt mal tenyida ¬però els ulls blaus són ben joves¬ que fumava Gauloises,
i ara, en fer-se de nit,
la flama dels becs de gaz,
com els llavis d'una dona
que em besés les parpelles,
perquè els ulls es tancaven per morir o estimar.




II


Fa fred, als barris més obscurs, i la gent pensa encara
en la gorra de feltre i l'hule d'una Browning a la butxaca,
perquè a les dues primeres cantonades no, però a la tercera es trencarà d'un cop de puny el vidre
i les nenes que juguen al carreró, com en un vell film de Chaplin
-rosses, un jersei de color esmorteït, els ulls de perla marina-,
ofegades amb laaços i cintes i la foscor del Metro,
quan el carrer d'Aribau semblava tret d'un noticiari de postguerra
(les noies enterrades al Fossar de les Moreres, amb consultori sentimental i olor de midó i de cuina -la ràdio, havent sopat, com una veu del país dels morts),
ànima, ànima meva, qui et cridava a un estiu de glicines?




III


Com els homes que s'acompleixen en l'acció, o en el desig, o amb un cos tebi al fons d'un carreró,
al fons d'un diorama com els que hi havia abans a Colón, representant la descoberta d'Amèrica, a l'estil de les composicions d'època del segle passat,
encara que es movia una mica el paper de les atzavares, pintadas amb un drac verd que ensenyava els ullals a darrer terme,
i tots a la piragua -els qui travessem les negres aigües del Leteu,
així el poema alhora pateix de la imperiosa necessitat de designar el real
i no el pot designar: li calen les paràfrasis per al.ludir al trànsit d'un núvol, a l'estiu,
a la corolla tèbia que es desfà dins els llavis,
al sentiment de nostàlgia, a la por, a la presa de contact amb les obscuritats de la memòria,
allò que fa i desfà el poema, la pèrdua de contacte amb la consciència
que ens espera en un cocktail -i aquell home de smoking
és ja un home tan mort com un actor de cinema.
Així, doncs, la paraula esdevindrà parany
nomé en la mesura que ho voldrem: cendra o música,
és tal volta un esforç de lucidesa, i la simultaneïtat de plans
hi correspon a la complexitat d' una experiencia: és a dir,
que no es podria explicar de cap altra manera aquell moment entre dues estacions, en sortir de Salzburg,
amb els llums i les vies -angle rasant, un nen jugava amb boira- lúgubres, lúgubres,
i només un poema pot explicar per què aquell home mal afaitat i ebri té ulls de príncep.
La desfeta d'un món: vet aquí la grandesa,
i tant se val que caigui una vamp amb pells de visó com un company d'escola del qual només recordem les mans que tremolaven sota el pupitre una tarda d'estiu.

 IV


Mai no he viscut la distància entre allò que volem dir i allò que diem realment,
la impossibilitat de copsar la tensió del llenguatge, d'establir un sistema d'actes i paraules,
un cos de relacions entre el poema escrit i la seva lectura.
Potser un discurs eliotà a vegades, em penso que aquest poema posa realment en perill
un dels nivells de la meva poesia: és a dir, que el discurs
mostra aquí alhora les dues cares del mirall.
El tanco, i giravolta:
de nit, amb llum, a la foscor daurada, als carrers o a la mort,
com la remor del bosc i els arbres que tallats hi cauen en silenci
¬sinó al meu cor ¿a on?

domingo, 19 de septiembre de 2010

POEMAS DE CLAUDIO RODRÍGUEZ



Nació en Zamora el 30 de enero de 1934. Estudió primaria en la escuela de Los Bolos y bachillerato en el Instituto Claudio Moyano. En 1952 se traslada a Madrid para cursar Filosofía y Letras en la Universidad Central. Se licenció en la sección de Filología Románica, en 1957. Aunque sus compañeros de instituto le recuerdan por su toque de balón como futbolista, en 1948 escribe sus primeras composiciones poéticas, y en 1949 en el diario “El Correo de Zamora”, publica su primer poema, “Nana de la Virgen María”. En 1951 empiezan a nacer los primeros versos de Don de la ebriedad, una obra que impresiona al poeta Vicente Aleixandre, con el que luego Claudio Rodríguez mantendría una estrecha e íntima amistad. Hasta 1958 no publicará su siguiente libro de poemas, Conjuros, y entremedias conoce al poeta vasco Blas de Otero en 1954 (con el que frecuenta el Duero y las tabernas de la ciudad). Con la ayuda inicial de Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre viajó a Inglaterra. Allí fue lector de español, primero en Nottingham y luego en Cambridge. Estuvo entre 1958 y 1964, y allí escribió su tercer libro, Alianza y condena. En 1976 publicará su cuarto libro, El vuelo de la celebración, y en 1983 se edita Desde mis poemas, un libro recopilatorio de toda su obra y por el que recibe el Premio Nacional de Literatura. Dos años después, en 1985, aparece Reflexiones sobre mi poesía, y en 1986 recibe el Premio de las Letras de Castilla y León. En 1987 fue elegido miembro de número de la Real Academia Española de la Lengua para ocupar el sillón I, sustituyendo a Gerardo Diego. Fue nombrado “Hijo Predilecto de la Ciudad de Zamora” (1989) y ya en 1991 publica su último libro de poemas, Casi una leyenda. El 28 de mayo de 1993 recibió el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Murió en Madrid el 22 de julio de 1999



DON DE LA EBRIEDAD I

Siempre la claridad viene del cielo;
es un don: no se halla entre las cosas
sino muy por encima, y las ocupa
haciendo de ello vida y labor propias.
Así amanece el día; así la noche
cierra el gran aposento de sus sombras.


Y esto es un don. ¿Quién hace menos creados
cada vez a los seres? ¿Qué alta bóveda
los contiene en su amor? ¡si ya nos llega
y es pronto aún, ya llega a la redonda
a la manera de los vuelos tuyos
y se cierne, y se aleja y, aún remota,
nada hay tan claro como sus impulsos!


Oh, claridad sedienta de una forma,
de una materia para deslumbrarla
quemándose a sí misma al cumplir su obra.
Como yo, como todo lo que espera.
Si tú la luz te la has llevado toda,
¿cómo voy a esperar nada del alba?


Y, sin embargo -esto es un don-, mi boca
espera, y mi alma espera, y tú me esperas,
ebria persecución, claridad sola
mortal como el abrazo de las hoces,
pero abrazo hasta el fin que nunca afloja.



DON DE LA EBRIEDAD II

Yo me pregunto a veces si la noche
se cierra al mundo para abrirse o si algo
la abre tan de repente que nosotros
no llegamos a su alba, al alba al raso
que no desaparece porque nadie
la crea: ni la luna, ni el sol claro.


Mi tristeza tampoco llega a verla
tal como es, quedándose en los astros
cuando en ellos el día es manifiesto
y no revela que en la noche hay campos
de intensa amanecida apresurada
no en germen, en luz plena, en albos pájaros.


Algún vuelo estar quemando el aire,
no por ardiente sino por lejano.
Alguna limpidez de estrella bruñe
los pinos, bruñir mi cuerpo al cabo.
¿Qué puedo hacer sino seguir poniendo
la vida a mil lanzadas del espacio?


Y es que en la noche hay siempre un fuego oculto,
un resplandor a‚reo, un día vano
para nuestros sentidos, que gravitan
hacia arriba y no ven ni oyen abajo.
Como es la calma un yelmo para el río
así el dolor es brisa para el lamo.


Así yo estoy sintiendo que las sombras
abren su luz, la abren tanto,
que la mañana surge sin principio
ni fin, eterna ya desde el ocaso.



ADIÓS


Cualquier cosa valiera por mi vida
esta tarde. Cualquier cosa pequeña
si alguna hay. Martirio me es el ruido
sereno, sin escrúpulos, sin vuelta
de tu zapato bajo. ¿Qué victorias
busca el que ama? ¿Por qué son tan derechas
estas calles? Ni miro atrás ni puedo
perderte ya de vista. Esta es la tierra
del escarmiento: hasta los amigos
dan mala información. Mi boca besa
lo que muere, y lo acepta. Y la piel misma
del labio es la del viento. Adiós. Es útil
norma este suceso, dicen. Queda
tú con las cosas nuestras, tú, que puedes,
que yo me iré donde la noche quiera.




CLÁVAME CON TUS OJOS ESA NUBE…


Clávame con tus ojos esa nube
y esta esperanza de hombre que me queda.
¿Por dónde yo si estaba en la alameda
de tus ojos mintiendo cuando estuve?
Disciplina de todo lo que sube.
De lo que mira y ve, mientras se enreda
su triste agilidad, como en la rueda
de tus campos del cielo que no anduve.
Y es por seguir cegueras sin mancilla
por lo que tanta bruma nos separa
y hace del resplandor su maravilla,
su clavel mudo. ¡Y qué ajenos al daño
después, cuando tus ojos son la clara
locura de no verme siempre extraño!




HILANDO
("LA HILANDERA DE ESPALDAS", DEL CUADRO DE VELÁZQUEZ)

Tanta serenidad es ya dolor.
Junto a la luz del aire
la camisa ya es música, y está recién lavada,
aclarada,
bien ceñida al escorzo
risueño y torneado de la espalda,
con su feraz cosecha,
con el amanecer nunca tardío
de la ropa y la obra. Este es el campo
del milagro: helo aquí,
en el alba del brazo,
en el destello de estas manos, tan acariciadoras
devanando la lana:
el hilo y el ovillo,
y la nuca sin miedo, cantando su viveza,
y el pelo muy castaño
tan bien trenzado,
con su moño y su cinta;
y la falda segura; sin pliegues, color jugo de acacia.


Con la velocidad del cielo ido,
con el taller, con
el ritmo de las mareas de las calles,
está aquí, sin mentira,
con un amor tan mudo y con retorno,
con su celebración y con su servidumbre.


THE NEST OF LOVERS

(Alfistron)

Y llegó la alegría
muy lejos del recuerdo cuando las gaviotas
con vuelo olvidadizo traspasado de alba
entre el viento y la lluvia y el granito y la arena,
la soledad de los acantilados
y los manzanos en pleno concierto
de prematura floración, la savia
del adiós de las olas ya sin mar
y el establo con nubes
y la taberna de los peregrinos,
vieja en madera de nogal negruzco
y de cobre con sol, y el contrabando,
la suerte y servidumbre, pan de ángeles,
quemadura de azúcar, de alcohol reseco y bello,
cuando subía la ladera me iban
acompañando y orientando hacia...


Y yo te veo porque yo te quiero.
No era la juventud, era el amor
cuando entonces viví sin darme cuenta
con tu manera de mirar al viento,
al fruto verdadero. Viste arañas
donde siempre hubo música
lejos de tantos sueños que iluminan
esa manera de mirar las puertas
con la sorpresa de su certidumbre,
pálida el alma donde nunca hubo
oscuridad sino agua
y danza.


Alza tu cara más porque no es una imagen
y no hay recuerdo ni remordimiento,
cicatriz en racimo, ni esperanza,
ni desnudo secreto, libre ya de tu carne,
lejos de la mentira solitaria,
sino inocencia nunca pasajera,
sino el silencio del enamorado,
el silencio que dura, está durando.


Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
El polvo de la espuma de la alta marea
llega a la cima, al nido de esta casa,
a la armonía de la teja abierta
y entra en la acacia ya recién llovida
en las alas en himno de las gaviotas,
hasta en el pulso de la luz, en la alta
mano del viejo Terry en su taberna mientras,
toca con alegría y con pureza
el vaso aquel que es suyo. Y llega ahora
la niña Carol con su lucerío,
y la beso, y me limpia
cuando menos se espera.


Y yo te veo porque yo te quiero.
Es el amor que no tiene sentido.
Alza tu cara ahora a medio viento
con transparencia y sin destino en torno
a la promesa de la primavera,
los manzanos con júbilo en tu cuerpo
que es armonía y es felicidad,
con la tersura de la timidez
cuando se hace de noche y crece el cielo
y el mar se va y no vuelve
cuando ahora vivo la alegría nueva,
muy lejos del recuerdo, el dolor solo,
la verdad del amor que es tuyo y mío.